domingo, 8 de agosto de 2010

"Los queremos vivos"


Soledad JARQUIN EDGAR

El recuento de los daños contra periodistas y trabajadores de los medios de comunicación en la última década se ha traducido en México en una lista macabra que demuestra el incumplimiento de autoridades e instituciones para proteger la vida de las y los informadores y coloca al país como el más peligroso de América Latina y el segundo en el ámbito mundial para el ejercicio de esta profesión. Además, claro de arrebatar a la sociedad dos de sus principales derechos: la libertad de expresión y de información.

Ayer sábado, de forma inédita en este país, bajo la consigna “Los queremos vivos” periodistas de todos los puntos de la República mexicana realizaron una marcha desde el Ángel de la Independencia hasta la Secretaría de Gobernación -de Reforma a Bucareli- la demanda central fue poner un alto a la impunidad que envuelve los 64 crímenes cometidos en contra informadores y trabajadores de los medios de comunicación. Cifra a la que se suman una importante cantidad, aún no contabilizada del todo de mujeres y hombres desaparecidos por su trabajo periodístico; aunado claro está a los cientos y cientos de agresiones (Ixtli Martínez, en Oaxaca, es uno de muchos otros casos), amenazas y hostigamiento que todos los días se reciben.

Esta cifra que indigna a las y los profesionales del periodismo y que debería indignar a la población mexicana, porque no sólo está en riesgo la vida de quienes trabajan en los medios sino sus propios derechos a la información y a la libertad de expresión, nos revelan que en México se comete un crimen contra periodistas cada dos meses desde que gobierna la derecha, lo que no quiere decir que la hegemonía priista haya sido mejor. Un dato concreto, por ejemplo, es el hecho de que durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari fueron asesinados y asesinadas poco menos de 50 periodistas.

El caso de Oaxaca, también es para reflexionar, en este sexenio que termina, se cometieron homicidios contra siete trabajadores de los medios. Brady Will, camarógrafo de la red alternativa Indymedia, lo que ocurrió en aquel convulsionado año 2006. Raúl Marcial Pérez, quien era columnista del diario El Gráfico y dirigente de una organización en la región de la Mixteca, el atentado que terminó con su vida sucedió en diciembre de 2006.

Además de los voceadores del diario Imparcial del Istmo: Mateo Cortés Martínez, Agustín López y Flor Vásquez, hechos ocurridos en octubre de 2007, los cuales se atribuyen al crimen organizado pues personal de ese diario había sido amenazado. El 7 de abril de 2008, hay dos nuevas víctimas mortales: Teresa Bautista Merino y Felícitas Martínez Sánchez, ambas locutoras de La voz que rompe el Silencio, radio comunitaria de San Juan Copala.

De sus agresores nada en concreto, la impunidad reina como en la gran mayoría de los hechos ocurridos, como en el resto del país. Pero además de los arteros crímenes que terminaron con sus vidas, ellas y ellos enfrentaron otro problema: la discriminación y el prejuicio de un gran porcentaje de informadores. ¿La (sin) razón? Bueno el hecho de que no trabajaban en medios convencionales o los llamados “grandes medios”; por otra parte, en el caso de Teresa y Felícitas se cuestionaba si eran o no periodistas, lo cierto es que sí lo eran estaban frente a un programa informativo. Se cuestionó incluso su posible “militancia” contra el poder político, lo que no sucede con quienes militan con el poder.

La franja más peligrosa para el ejercicio del periodismo es la que conforman los estados del norte del país, cierto, pero el fenómeno de asesinar para acallar, para atentar contra la vida de las personas, se repite a lo largo y ancho del país. La Sociedad Interamericana de Prensa, ha clasificado a los estados según la incidencia de ataques a periodistas: Zonas de muy Alto Riesgo: Tamaulipas, Baja California y Sinaloa. Zonas de Alto Riesgo: Sonora, Chihuahua y Guerrero. Zonas de Riesgo: Veracruz, México, Nuevo León, Coahuila, Chiapas, Michoacán y Oaxaca. Zonas Inseguras o Difíciles: Distrito Federal, Jalisco, Morelos, Campeche y Yucatán. Sin embargo, habría que decir que en las otras 14 entidades ya se han cometido crímenes de este tipo, como sucedió en Quintana Roo, Tabasco y Durango, con uno, dos y tres asesinatos, respectivamente.

Por eso es trascendente lo que este sábado sucedió en la capital del país, todos y todas unidas por una misma voz que demandaba justicia para las y los comunicadores, informadores y trabajadores de los medios de comunicación, que hoy enfrentan el peor de los momentos de la historia del periodismo en México, recrudecida por la guerra interna que sostiene el señor Felipe Calderón contra el crimen organizado, porque los datos así lo muestran.

Sin embargo, habría que aclarar que el crimen organizado no es el único que atenta contra la vida de las y los trabajadores de los medios, hay casos concretos donde es el poder político quien ordena terminar con la vida de las personas, es importante decirlo porque frente a esta ola mediática, pareciera que el único responsable es el crimen organizado. Un ejemplo es lo sucedido a María Esther Aguilar periodista de Zamora, Michoacán, quien desde 2003 fue desaparecida, luego de reportar una operación militar en la que el hijo de un político había sido arrestado por pertenecer al crimen organizado.

La estudiante de Doctorado en Gobierno e integrante del Programa en Inequidad y Política Social en la Universidad de Harvard, Viridiana Ríos, señala en un artículo titulado “Más periodistas asesinados en México que en Iraq”, que desde 2004, año en que México le arrebató a Colombia el tercer lugar como el país es peligroso para el ejercicio del periodismo, este grave problema se ha incrementado y “ha empeorado” rápidamente. La consecuencia es que México tiene hoy el segundo lugar (en el ámbito mundial) antes en manos del Congo y superó –incluso- a un país en guerra: Iraq. Lo mismo pasó con Filipinas “donde los periodistas simplemente han decidido andar armados”.

La manifestación de periodistas de Reforma a Bucareli y otras que se reportan en diversos estados del país, tiene una profunda razón de ser: la defensa a un derecho fundamental para la democracia, el desarrollo, la paz y la libertad, se llaman libertades de expresión y de información, que la población entera está obligada a defender.

Sin duda el gobierno de Felipe Calderón tiene mucho que decir sobre lo qué ha hecho y ha dejado de hacer para proteger los derechos constitucionales y debidamente establecidos en el punto nueve de la Declaración de Principios sobre la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Pero no queremos que nos digan que están investigando, que han instituido una instancia especial y que se ha legislado para castigar con severidad estos crímenes, nada de eso sirve en tanto los responsables de las 64 muertes, desapariciones y toda clase de agresiones a periodistas permanezcan sin castigo, pero sobre todo en la impunidad que les regala su gobierno.

Exigen periodistas garantias de seguridad para su labor


* Realizan marcha silenciosa hacia la Secretaría de Gobernación

* El gobierno, obligado a indagar asesinatos de 60 informadores, dicen


Fabiola Martínez
Periódico La Jornada
Domingo 8 de agosto de 2010, p. 10
Cientos de periodistas mexicanos exigieron al gobierno federal que cumpla con su deber de garantizar condiciones de seguridad para el trabajo de los comunicadores, que se investiguen los asesinatos de más de 60 informadores y la desaparición de 12, todos ellos casos que permanecen impunes.
Estamos convencidos de la urgente necesidad de exigir públicamente el cese de todos los actos de violencia, intimidación y acoso en contra de los reporteros del país, se advirtió en el comunicado emitido por los organizadores, de diversos medios de comunicación.
Con la consigna de ¡Ni uno más!, los periodistas se reunieron al mediodía de este sábado en el Ángel de la Independencia, en donde en un hecho sin precedentes se nombró –sólo con el apoyo de un megáfono– a cada uno de quienes han sido asesinados y de aquellos desaparecidos, es decir, reporteros que fueron levantados por grupos vinculados a la delincuencia organizada.
Muchos de ellos, asesinados y privados de su libertad, pertenecieron a medios de comunicación locales y regionales en donde, afirmaron algunos de sus compañeros que se trasladaron a la capital del país para asistir a esta protesta, las condiciones de seguridad para los periodistas son pésimas y las investigaciones permanecen archivadas, en el olvido.
La convocatoria para esta protesta surgió de manera espontánea en las redes sociales y en unos cuantos días, alentados con el lema Porque los queremos vivos, se logró difundir la información acerca de la necesidad de hacer algo para exigir seguridad en el derecho a informar.
Con el único límite de evitar protagonistas o dirigentes, se pidió que la marcha hacia la Secretaría de Gobernación fuera en silencio.
Esta es una expresión física de cómo deben estar perfectamente unidos, retroalimentándose periodistas y sociedad. Aquí hay mucha gente, de muchos grupos, de muchos medios, dejando a un lado ideologías o posturas políticas, señaló uno de los asistentes a la marcha, con varias décadas de trayectoria en el oficio.
Otro comentó que “la marcha tal vez sirva de poco –aun cuando se hicieron presentes los trabajadores de los medios, no los medios en sí. Sin embargo, es importante salir a la calle para denunciar que la situación en la que trabajan los reporteros es grave, en un país en el que el nivel de impunidad es tal que se desconoce el estado de las averiguaciones previas de los asesinatos y secuestros de periodistas, ¡si es que las hay!”, expresó.
Periodistas de distintos medios de comunicación durante la marcha silenciosa, en la cual mostraron los retratos de los informadores asesinadosFoto Francisco Olvera
En el contingente sólo se exhibieron algunas mantas, la imagen de periodistas asesinados y cartulinas con diversas consignas: No queremos ser la nota, Le tengo rabia al silencio, Por tu derecho a saber y mi derecho a informar. No más agresiones contra periodistas.
Y así, (casi) en silencio, varios cientos de reporteros, camarógrafos, fotógrafos, redactores y editores avanzaron por Paseo de la Reforma, aunque, en corto, los comentarios eran precisamente en torno a la utilidad de la protesta.
Muchos prefirieron no venir porque consideran que con esto se corre el riesgo de 'hacerle el caldo gordo' a los intereses de algunos directivos de medios de comunicación que no protegen a sus reporteros, ni con buenos salarios ni con medidas de protección, y sólo lamentan su propios casos. Otros no vinieron porque creen que aunque haya buena voluntad en el gremio para tratar de detener los ataques a los periodistas, la manifestación será usada por el gobierno para justificar su guerra contra el narcotráfico, comentaban algunos.
Al llegar a Gobernación, colocaron una manta para exigir el cese de la violencia contra el gremio. Porque los queremos vivos... Los buscamos: 12 periodistas siguen desaparecidos y 64 asesinatos no han sido resueltos.
Funcionarios de la dependencia enviaron mensajes para informar que estaban dispuestos a recibir a una comisión de reporteros; sin embargo, los organizadores dejaron en claro que el acto era silencioso y pacífico, y que la finalidad no era gestionar casos sino exigir a las autoridades que cumplan con su trabajo de investigar las agresiones que cada año se multiplican y siguen en la impunidad.

La vida de una reportera


Por Sara Lovera

Verónica Alfonso es una reportera veracruzana que vive en Quintana Roo. Trabaja en Playa del Carmen. Estuvo en México con motivo de la marcha del gremio periodístico del pasado 7 de agosto. Debe tener menos de 40 años; hace más de 10 años tuvo que salir de Veracruz por amenazas, persecución y un secuestro no investigado. Sufrió abuso sexual y violación.

Sonríe. Tiene la fe necesaria para continuar y es la promoverte de la justicia y la libertad de expresión de sus compañeros y compañeras de profesión. Piensa que es necesario mantener la libertad de informar contra viento y marea. Es una tejedora de solidaridades.

Fue durante mucho tiempo corresponsal de televisión Azteca; cuenta cómo en los estados de la República los medios del Distrito Federal aprovechan las informaciones, les publican y reconocen sus capacidades, pero no tienen salario fijo, tienen que poner, como las costureras del Distrito Federal, los instrumentos necesarios para filmar, reportear, transportarse e investigar, por cuenta propia.

Fue acreedora de un premio por la mejor forma de reportear. Se llamó Pantalla de Cristal en 2007 y se reconoció con ella a Fátima Vázquez y María Noel Gómez por Especial Huracán Dean, se le otorgó también a la Productora TV Azteca (Quintana Roo) y se le reconoció algo muy importante en periodismo: hacer una cobertura puntual y profesional de un huracán, lo que puede salvar vidas.

Hasta hace muy poco tiempo un o una corresponsal era pagada por nota. Con tan terrible emolumento que da vergüenza decir de qué tamaño, me dijo. Sin recursos, ahora se suma la inexistencia de protección del medio, cuando se sabe que ir a cubrir una nota cualquiera, en alguna ciudad determinada o en la que se vive, puede significar arriesgar la vida y la integridad.

Como ella, cientos de colegas en la República Mexicana se exponen a diario. Por eso vino a la marcha, que sin membrete y sin asociación alguna, fue llamada desde la cadena de conocidas y conocidos en el país; por eso levantó un cartel que escribió apresuradamente para pedir libertad de informar sin ser atacado. Nada la detiene.

Integrante de la Asociación de Periodistas de la Riviera Maya demandó al presidente Felipe Calderón, al gobernador Félix González Canto, al Congreso y a la Comisión Nacional de Derechos Humanos, investigar a fondo el asesinato del periodista Alfredo Velázquez, acribillado en diciembre de 2009 por dos desconocidos en Tulum, Quintana Roo.

La protesta fue acompañada de las firmas de 30 reporteros, editores, fotógrafos, locutores, camarógrafos y corresponsales que laboran en Tulum, quienes exigieron frenar una “campaña de desprestigio personal” contra el periodista acribillado, que surgió en círculos políticos y policíacos locales. Eso la lleva a una simple reflexión: sí hay periodistas involucrados en el crimen, también tendrían que investigar a las autoridades y castigar en el supuesto de un estado de Derecho. Lo contrario es mantener la espiral de homicidios sin investigar y sin justicia. El documento fue dirigido también a la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Verónica Alfonso me contó que las y los comunicadores demandaron “garantías, no solo de palabra sino reales, para cumplir con la información sin temor a ser esclavos del poder que amenacen nuestras vidas”. Por eso vino a la marcha, donde encontró la urgencia de incluir en la lista de asesinados a su compañero Alfredo Velázquez, lo que sumaría uno más a las cuentas, sumas y estadísticas.

Pero lo sorprendente de Verónica Alfonso es su sonrisa y su enorme capacidad y entereza para ser una sobreviviente de los abusos de poder sin retractarse de una sola línea del trabajo periodístico que hace. En Playa del Carmen, de 60 mil habitantes, en la Rivera Maya, “nos tenemos que cobijar unas a otras”, porque a las mujeres nos amenazan de distinta forma, me dijo.

Y es verdad, el documental de amenazas a las mujeres del gremio cambia de orientación. Las quieren controlar a través de su familia, el bien conocido como natural para las mujeres, el bien más apreciado. A Verónica que se ha puesto al frente de esta defensa, que ha viajado de una oficina a otra del ministerio público, le dicen con frecuencia que cuide a sus hijos, que cuide su casa, que ella es vulnerable.

Me puedo imaginar estas acciones. Hace años, en Sinaloa -cuando creíamos que los narcos y sus organizaciones estaban ahí localizados preferentemente, tanto como en Guadalajara- tras la cobertura de una discusión sobre una Ley de Educación, es decir una nota aparentemente tranquila, el gobernador de aquella entidad me dijo: qué era de mi marido y mis hijos, contándome que sabía el oficio de mi compañero, su nombre y dirección de la escuela secundaria de mi hija y de mi hijo. Me estremecí cuando me di cuenta que era una amenaza y que era en contra de quienes más amo.

Eso sucede con las mujeres periodistas. En 1995 en una reunión de Red Nacional de Periodistas les preguntamos cuáles eran los riegos en su salud, una mayoría increíble habló entonces de la inseguridad de sus vidas y su integridad. Nos contaron cómo les rompían los cristales a sus autos, que les llamaban por teléfono; nos decían cómo en sus medios locales la respuesta era que exageraban, faltó que les llamaran histéricas como acostumbra el rezo patriarcal.

Sobre todo, recuerdo, eran compañeras de Veracruz y Sinaloa. Nos pareció terrible. Ninguna es un ícono heroico ni están protegidas por las organizaciones nacionales e internacionales de Derechos Humanos, ni les dan un lugar preferencial en las listas de protegidos contra el crimen. Viven con eso, como pueden.

Hoy, cuando contamos el número de homicidios contra las y los compañeros en el país, que llegan a 68 si sumamos al compañero de Verónica Alfonso, la cuestión parece realmente ingente.

Pero hay más. El daño ocasionado por la guerra desatada por Felipe Calderón en el país, ha producido en la vida cotidiana un miedo que se aloja en el cuerpo. Puede no significar una amenaza directa, pero es desestabilizador vivir en Nuevo León, por ejemplo.

De esa norteña entidad, tengo otra colega que acabó en el hospital con los nervios de punta, un principio de úlcera y finalmente hipertensión. La razón era el miedo que tenía cada mañana cuando iba a dejar a sus hijas a la escuela de encontrarse una balacera en plena vía rápida o de regreso a casa algún cadáver o una vía cortada por los narco-retenes instalados de improviso y dificultando todo tránsito. Esa sensación que no se reconoce a simple vista afectó su salud, porque tenía miedo por ella y por sus dos hijas. Internamente teme por su compañero, por su madre, por sus hermanas.

Otra colega enfrenta un padecimiento sin un diagnóstico exacto del personal médico. A ella, le tocó cubrir el conflicto magisterial de 2006 y mucho de lo que aquella revuelta social provocó entre la gente, mujeres y hombres indignados frente a un gobierno que se impuso por la fuerza de la seguridad pública o con paramilitares. Barricadas, marchas, enfrentamientos, asesinatos, gases picantes que cayeron sobre las mujeres y los hombres, el apresamiento y la libertad a cuenta gotas de muchas personas.

Al mismo tiempo tenía que viajó constantemente al norte del país durante poco más de un año para dar seguimiento a una información en el que estaban involucrados militares. Alguna vez en su correo electrónico estaba una amenaza que la llenó de miedo por su familia, sólo pidió a sus hijas que fueran precavidas y no dijo nada a nadie más, se guardó el miedo, vivió con él durante mucho tiempo. El daño físico que vive no forma parte de las denuncias, ni está en la lista de las desapariciones.

Es sencillamente una víctima, como la compañera de Nuevo León, una persona más de las quizá miles o millones que contienen esa rara desesperanza frente a lo acontecido y lo que significa la espiral de violencia en el país.

Por eso Verónica Alfonso me ha sorprendido, porque ha puesto su cuerpo y su vida en la vera de un camino sinuoso en Quintana Roo y a pesar de la realidad, ninguna de ellas tiene la tribuna del esplendor y la denuncia, que a veces llega a otros lares y países, son periodistas de a pie, que cubren sus informaciones bajo riesgo, en completa vulnerabilidad. Asuntos que están en el subsuelo de la protesta del 7 de agosto, esa que se levantó espontáneamente para decir ¡basta! El oficio, este de contar el día a día, de ir a informarse para que el resto de la sociedad sepa, no sólo vive el peligro latente de una bala directa o perdida, de un apresamiento preciso o en la confusión sino que se va llevando vida y bienestar.

El grito es pedir paz y seguridad en un trabajo que necesariamente tiene que desarrollarse en la arena pública, buscando dar la noticia, esa simple y llana, sin mayores pretensiones. Es hora de mantener este arropo necesario, Sin duda. ¿Quién dice yo?

saralovera@yahoo.com.mx