domingo, 24 de noviembre de 2013

Mujeres y Política Llamado desde mi sillita



Mujeres y Política
Llamado desde mi sillita

Soledad JARQUÍN EDGAR
El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, que se conmemora este lunes es motivo de diversos análisis y llamados que me recuerdan uno de los episodios con los que Quino nos llevaba hace algunos años a reflexionar a través de la ironía y la inocencia perspicaz de una niña: Mafalda, cuando se subía a su sillita y hacía un llamado por la paz del mundo y le daba lo mismo no ser escuchada  porque decía que “su llamado” tenía la misma eficacia que aquellos que hacían la ONU y el mismísimo Papa.
Nuevamente las mujeres de una buena parte del mundo harán esa tarea de subirse a la sillita y pedir porque cese esa violencia de género contra las mujeres que es una violación a los derechos humanos y que afecta a un 70 por ciento de  ellas -las otras y nosotras- en el mundo de acuerdo con el mismo organismo internacional arriba citado.
Sería ingrato decir que nada ha pasado desde que las mujeres de América Latina propusieron en un encuentro feminista conmemorar cada 25 de noviembre en memoria de las hermanas Mirabal: Patria, Teresa y Minerva, sacrificadas violentamente por el dictador de República Dominicana, Rafael Leónidas Trujillo, en la década de los sesenta.
Mucho se ha avanzado, claro. Al menos en eso que se llama la visibilización de esta pandemia global, no así en los resultados que quisiéramos ver, a pesar de los que se denominan avances en materia legal, como las leyes constitucionales para castigar los diferentes tipos y ámbitos en que se clasifica. Es decir, la diferencia sustancial entre los dichos y los hechos, es en concreto algo que todavía no logramos (sociedad-gobierno) hacer coincidir.
Tal parece que a la otra mitad de la humanidad le resulta difícil aceptar que las mujeres tienen el mismo valor, que no hay ninguna supremacía varonil y que ellas tienen derecho a vivir libres de esa violencia, por plantearlo de manera sencilla y simple.
Esta violencia contra las mujeres, cuya manifestación más cruda y cruel se manifiesta en el feminicidio y en la trata de mujeres de todas las edades con fines de explotación sexual, tienen sin embargo muchas formas de expresión sutiles, a veces en una sola mirada, condicionamientos económicos, presión psicológica y social para cumplir con el “deber ser de una mujer”, acoso laboral, ratificada y normalizada en expresiones comunes como las canciones que se tararean sin reflexionar que lo que encierran son actos para perpetuar la disminución de las mujeres y muchísimas veces más en actos vergonzosos para la humanidad como la violencia sexual.
Expresiones que se dicen en la calle disfrazadas de piropos; actitudes que se muestran en la escuela o el trabajo donde se topan no sólo con techos de cristal, sino también con muros invisibles, y golpes que marcan no sólo el cuerpo sino también el alma, lo profundo, inmovilizan y frustran su desarrollo. Hechos que muchas veces las dejan sin capacidad física y emocionalmente.
Actitudes que, para quienes les interesa el aspecto financiero, como se ha demostrado afectan el Producto Interno Bruto de un país, aumentan la pobreza y también tienen un impacto financiero, cuantificado ya por las especialistas, en la atención hospitalaria y en el bajo rendimiento laboral y escolar, que al final también significa dinero, pero que en este caso resulta lo menos importante, porque lo que se afecta verdaderamente es la vida y el desarrollo de las mujeres (personal, íntimo, social). Eso sin contar a las víctimas “secundarias”, como las y los hijos, que a veces engrosan los números de la orfandad real y ficticia porque muchas mujeres que viven violencia no pueden “arrancar” cada día, viven una tristeza interna que las marchita.
Todo ello resultado de una cadena de infortunios derivados de la complicidad social, el silencio familiar y claro la impunidad emanada de la falta de una respuesta contundente, re-educadora, real y no sólo discursiva o demagógica por parte de los gobiernos. Gobiernos no han hecho su parte, por el contrario han engrosado la burocracia con instituciones que no responden de manera eficiente y eficaz contra la violencia y sus muchas formas. En cambio son muchas, cientos, miles de mujeres feministas que organizadas, activistas, académicas, en su comunidad, en su barrio, en la colonia, en todos sus espacios, siguen jalando su sillita para llamar a erradicar la violencia, pero han hecho mucho más que eso. Las mujeres han sido las que han acompañado a las víctimas, las que han salvado a otras mujeres, incluso, de morir, y las que han impulsado propuestas para cambiar legislaciones, han creado organismos de apoyo, han propuesto políticas públicas que todavía no funcionan porque se dejan en manos de ejecutivos que siguen atravesados por la discriminación, esa idea de que las mujeres valen menos y en el fondo nada o poco importa lo que con ellas suceda, porque de otra forma me decía hace unos días una entrevistada hace tres décadas que algo más habría cambiado y no sólo el sistema burocrático del género.
Cierto. Coincido con ella. Si los programas gubernamentales sirvieran de algo no tendríamos que soportar tanta violencia hacia las mujeres. La cifra es espeluznante y grotesca. En 25 años, entre 1985-2010, se consumaron en el país poco más de 36 mil 600 feminicidios, según dato que dio a conocer el coordinador jurídico del Instituto Nacional de la Mujeres, esto significa que fueron asesinadas 6.5 mujeres por día.
Esa es la violencia extrema. Pero la violencia sutil es tan terrible que niega todo tipo de oportunidades y en muchas ocasiones se gesta desde las propias instituciones de gobierno:
Se violenta a las mujeres cuando no se destinan recursos para transversalizar la perspectiva de género en los programas de gobierno.
Se violenta a las mujeres cuando se les niega atención médica oportuna en casos “tan elementales” como parir a sus hijas o hijos.
Se violenta la vida de las mujeres cuando una jueza decide carear a la victima que es menor de edad con su agresor sexual (hecho que podría ocurrir este lunes 25 de noviembre en la población de Tlaxiaco).
Se violenta a las mujeres cuando en lugar de castigar al violador de una niña, su maestro de escuela, que pertenece a la sección sindical más “fuerte” de Oaxaca solo se le cambia de municipio y nadie lo molesta, en cambio él volverá a cometer ese delito en otra comunidad.
Se violenta a las mujeres cuando en una universidad del Estado se le niega el acceso a una joven sólo porque no habla inglés o no sabe computación en tanto su rector viaja en helicóptero.
Se violenta la vida de las mujeres cuando se le hace firmar un documento en el que la obligan tener como prioridad el cuidado de sus hijos sobre su educación,.
Se violenta la vida de las mujeres cuando sus padres abusan sexualmente de sus hijas durante mucho tiempo, porque se les ha dicho que esos son problemas de la familia y que nadie más puede saber, porque nadie les ha dicho que sobre su cuerpo ellas deciden y que cuando se dice no es no.
Se violenta la vida de las mujeres cuando se les niega votar en sus asambleas y se les impide ser parte del gobierno.
Se violenta la vida de las mujeres cuando las asesinan, sí, pero se les re-victimiza cuando no reciben justicia pronta y persiste la impunidad.
Y todo eso sucede en Oaxaca y todo eso es violencia.
@jarquinedgar


Palabra de Antígona Doris y Elena: Mujeres Extraordinarias




Palabra de Antígona
Doris y Elena: Mujeres Extraordinarias

Por Sara Lovera
Narrar con talento y coraje los desastres de la humanidad, dar voz a quienes siempre se les excluye, contravenir y denunciar las injusticias sociales a través de la conversión de textos periodísticos y literarios, son las herramientas que una diáspora de mujeres en el mundo han puesto al servicio del acto revolucionario de la lectura. Mujeres que en el siglo XX y estos años del XXI revelan eso que Elias Canetti llama ser escritoras de nuestro tiempo, rastreadoras del sistema, cronistas indispensables.
La semana que acaba de terminar nos dan testimonio, nos recuerdan esto que digo, con una fuerza que otorga esperanza al momento difícil por el que atraviesa la humanidad. Una viva, crujiente, encarnada con su sonrisa de niña inocente, lectora de libros y vida insaciable y, hoy, multi galardonada. Otra, desconocida en nuestro entorno que a los 94 años se despidió sin haber sido jamás derrotada. Usó la palabra sin descanso.
Hablo de las dos personajas que cubrieron las noticias de la semana que terminó. Elenita Poniatowska que recibió el premio Cervantes 2013, calificada simplemente por esa su capacidad de retrotraernos, con excelente narrativa, historias que no pueden olvidarse, como la de Jesusa Palancares en Hasta No Verte, Jesús Mío o El Tren que pasa Primero, donde están en el centro los trabajadores ferrocarrileros y el contexto del México y su milagro económico fundado en el trabajo y la explotación de sus hijas e hijos.
La otra, nada menos que Doris Lessing, Premio Nobel de literatura 2007, autora de un libro fundamental sobre la injusticia humana, la discriminación de las mujeres y el acento iniciativo de una visión no dogmática: El Cuaderno Dorado (1969) y su larga narrativa que la hizo, hasta el final de su vida, una rebelde convicta. Lessing sorprendió con su literatura y su inteligencia indiscutible; describió en sus novelas la desgracia de nuestro tiempo. Fue contraria a todo dogmatismo y fundamentalismo.
Una princesa Polaca, la otra inglesa nacida en Irán, la antigua Persia. Una de origen periodístico que ha sabido tomarle nota a la historia y romper las fronteras del olvido, la otra según la escritora Marta Sanz, sacó a la luz los choques de clase, género y cultura, buscando un territorio común. Ambas en la primera plana diario El País, reconocidas y actuantes.
De Doris Lessing en México y entre los exégetas de la literatura, ni una línea. Doris nació en Persia en 1919, y vivió en Rodesia. Murió el 17 de noviembre pasado. Autora de un libro emblemático, El Cuaderno Dorado que la hizo universal, generadora de una producción literaria comprometida con la vida sin el temor al rechazo, opositora permanente al apartheid y la segregación racial en Rodesia, quien hasta el último suspiro, no pudo callar. Tiene un relato conmovedor, desconocido en castellano, titulado Por que un niño negro de Zimbabus robó un manual de física superior. Fue la autora del reportaje African Laughter, fue perseguida, prohibida.
En los años 70, mientras Elenita en México con Jesusa Palancares nos mostró a esas mujeres del pueblo, sus haceres y sus búsquedas, armando la crónica de su tiempo, inclusiva y persistente, con esos oídos magníficos que da el oficio periodístico, empezaba a estremecernos,  Doris era leída profusamente por las nuevas feministas, por su capacidad de mirar y narrar con un lenguaje revolucionario, las diferencias entre hombres y mujeres, en medio de las injusticias sociales del sistema capitalista y excluyente.
Doris fue capaz en sus novelas de prefigurar el horizonte de la solidaridad entre mujeres; ella como Simone de Beauvoir nos narró y puso en claro  reflexiones sobre la repugnancia que sentimos sobre los estragos de la edad,  al final de su vida nos dejó aleccionadoras reflexiones sobre el drama de la desigualdad, buscando con urgencia que en la sociedad nadie sienta la culpa del verdugo ni la debilidad despótica de la víctima, como escribió de ella Marta Sanz en la edición del 18 de noviembre de El País.
Dos enormes narradoras, cronistas, periodistas, novelistas, escritoras de su tiempo que como en espejo nos devuelven con su trabajo, esa necesaria, urgente, fundamental necesidad de lectura, de reflexión, de apropiación de la palabra que sin lucha de sexos se ha entregado a millones de personas para no olvidar el halo fundamental que es la vida sin dejar de mirar al otro, a la otra, a los otros, en cada tramo de la historia.
De Elena, la escritora Rosa Beltrán afirma que su obra se convirtió ya en un referente indispensable para la cultura en México, pasando de la oralidad a la transtextualidad, con hechos antes que términos nacidos de su obra mucho antes de que pasaran como términos de la academia. No podemos dejar de decir lo que aquí en México nadie señaló: Elena documentó el abuso de niñas violadas y damnificados por el terremoto de 1985.  
Y algo más, como escribió Juan Villoro, Elena se adiestró con el oído en el periodismo. Hace unas semanas, como siempre, la vi tomar nota en un pequeño cuaderno, respirar abundante con lo que la inspira, retratar lo que veía, la encontré siempre reportera sin descanso. Me la encontré en un homenaje a Laura Bonaparte, tras su muerte. Y sí, en efecto Elenita es maestra en  desarrollar, una empatía fundante con sus informadores: se diría los hechos antes que los adjetivos, tal cual exige ese periodismo, esa escritura, esa narrativa de la nota a la novela, que encarna realidades.
Y Doris, nos legó entre muchos textos uno abrazador y dignificante que Seis Barral le publicó en 1962: La Costumbre de Amar un conjunto de 17 relatos que recrean la vida común, con una veracidad sin tapujos, de lo que somos hombres y mujeres; del paso del tiempo, sobre las pequeñas miserias, como escribe y describe sobre ese texto José María Guelbenzu.
Dos ejemplos de lo que la narrativa ligada a nuestro tiempo, de la misma manera como lo hizo Elena Garro y Rosario Castellanos, son legados para fortalecer nuestro espíritu, en épocas donde la vulgaridad de la lucha por el poder, de las mentiras y simulaciones, podrían estrangularnos de no variar nuestra mirada y no acoger lo humano verdadero que puede salvarnos en estos tiempos de desazón y desesperanza.
Con ellas me quedo. A leerla  voy.