martes, 25 de febrero de 2014

Palabra de Antígona La Sal de la Vida



Palabra de Antígona
La Sal de la Vida

Por Sara Lovera
 Aludiendo a un hermoso y vital libro de Anna Gavalda, cuyo relato reúne alegría, ternura, nostalgia y humor, La Sal de la Vida se ha convertido en una frase elocuente de que no todo es tragedia. Aunque tragedia sea que informes de INEGI documenten que aumentó el desempleo; que se parta el corazón cuando se hace la dolorosa evaluación de la desigualdad y cuando estamos todos los días frente a hechos hirientes.
La Sal de la Vida debiera convertirse en convocatoria a renovar la confianza de que otro mundo es posible. El domingo 23 estuve en una sala repleta de jóvenes de preparatoria, expectantes y con el ánimo del conocimiento, tan de bajo perfil en nuestros días.
Se trataba de una de tantas actividades de la Feria Internacional del Libro de Minería, una charla inopinada donde se ofrecía un relato para saber qué hacemos las periodistas a lo largo de la historia. Plática organizada por el Instituto de las Mujeres del Distrito Federal. La conferencia, el intercambio, los viví como ubicados en ese perímetro de la esperanza, sólo posible si ponemos una pizca de sal en cada tramo de la existencia. Si acaso todavía tenemos la decisión de vivir con alegría.
Pero la verdadera sal con que me preparo para los múltiples discursos y evaluaciones que oiremos estos días a propósito del Día Internacional de la Mujer el próximo 8 de marzo, la viví entre dunas, montañas de sal dispuestas para el mercado internacional y una comunidad de hombres y mujeres quienes durante 60 años han conseguido una asombrosa hazaña ambiental: sólo necesitan agua de mar, viento y sol y ya está. Es la sal de la vida.
La sal de la vida es también una página de Facebook cuyo subtítulo reza:  trabajo compartido, semejante a la empresa productora de todas las sales inimaginables donde hace seis décadas nació ESSA o Exportadora de Sal, una empresa paraestatal mexicana (su socia es Mitsubishi, de  dinero japonés) ubicada en Guerrero Negro, lugar privilegiado que contiene  la salina más grande del mundo en el paralelo 28 de Baja California, exactamente en la división entre el norte y el sur de la península y donde conviven más de mil 400 personas y sus familias. Ellos y ellas trabajan en una singular faena oponiendo creatividad a la biósfera del Vizcaíno y los antiguos salitres naturales.
Ahí, donde el esfuerzo y el tesón tiene rostro, fuerza y cara masculinas, desde el principio de su historia, pero… existe una decisión sorprendente de hacer de la faena cotidiana, una que consiga la igualdad como sistema de trabajo, y dónde, como reza una inmensa manta colocada a la entrada de la tienda de ESSA para las familias trabajadoras: la violencia contra las mujeres es inaceptable.
En ESSA, su recién desempacado director se llama Jorge Humberto López Portillo Besave, y es él quien firma la manta que reconoce que la violencia contra las mujeres no puede operar en una comunidad que se asume espectacular, productiva y fuente de riqueza y trabajo.
Como empresa creó un código de ética, que declara “brindar igualdad de oportunidades para hombres y mujeres en su desarrollo integral” y tiene el compromiso de ejercer la no discriminación y prevenir la violencia laboral y el hostigamiento sexual.
Claro, no se hizo el universo en un día. Su obstáculo: la tremenda idea y cultura machista que no acaba de entender que la violencia, la discriminación y el mal trato a las y los diferentes conspira contra la productividad, la democracia y la competencia industrial. De esa que hemos oído hablar tanto y tan seguido en los últimos tiempos. Claro, hay una decisión administrativa y gerencial que ha colocado a ESSA entre las empresas certificadas por la Secretaría de Economía y la de Trabajo, por su declaración ética, que podría alcanzarse, relativa a la igualdad de género.
ESSA exportó en 2013, ocho millones de toneladas de sal con un duro trabajo bajo los cielos nublados de un desierto lleno de dunas de arena; en un espacio de 55 mil kilómetros, (el mismo del Distrito Federal) en medio de la nada, lejos del mundanal ruido del consumismo y las innumerables noticias de cómo, a qué hora, de qué forma y con quién o quiénes fue detenido el Chapo Guzmán.
En el inmenso espacio de la cosecha de sal, de sus tractores, de las barcazas que apenas hacen un guiño alterando a la reserva de la biósfera para arrancar esos granos blancos que van a la mesa, sin duda, pero que tiene una multitud de usos industriales, en ese inmenso sol/cielo/sal, el 11 por ciento de quien trabaja, son mujeres. Concentradas en la administración, el empaque de sal de mesa y como personal de limpieza, porque no ha llegado la tecnología de apretar un botón y lograr desde lejos que operen los inmensos tractores o las barcazas que llevan, cada una, 120 mil toneladas de sal, no obstante algunas, pocas e importantes han llegado a ocho de los 62 altos puestos, químicas en la producción y obreras en las necesidades de mantenimiento. Hay quien se asombra porque una mujer puede cambiar una llanta del tractor de hasta tres o cuatro metros de circunferencia.
La empresa tiene en su haber de años, varios sindicatos, contratos y un sin número de personas con quien se puede compartir, hablar y disfrutar; directivos que se abren a cualquier interrogante y mujeres ejecutivas.   Guerrero Negro es una comunidad territorial y política que pertenece al municipio de Mulegé. Me topé con muchas mujeres, trabajadoras y familiares de los operarios que ya no hacen tortillas de harina como en el pasado y viven o padecen el norteño machismo.
Lo que  reina, a pesar de las relaciones tradicionales, y dígase lo que se diga, es  una paz alucinante, que está cubierta de aire puro y un mar abierto donde cada año puede apreciarse, también, la llegada de las ballenas que ocupan nuestro pacífico norte para aparearse y dar a luz. El espectáculo –muy conocido- se vuelve sorprendente, cuando se camina por un brazo de mar hasta 15 kilómetros adentro, porque se las puede apreciar y tocar. Los salineros les hablan, han tejido historias míticas y las esperan, como quién espera la visita familiar y afectiva.
La limpieza de la sal se hace con un sistema que se construyó ahí mismo, hace lustros. Luego, limpia y escogida, sale al mundo a través del puerto de Isla de Cedros, con esa sal que quita dolores de cabeza a las poblaciones del norte cuando nieva, porque la sal aminora los efectos invernales y de tormentas de nieve.
La sal en verdaderas pirámides blancas, navega en barcos inmensos que llevan la producción a los sitios más inesperados e impensados. Es como la imagen del esfuerzo en los antiguos caminos recorridos para hacer comercio inventados por los fenicios.
Se la piensa, a esta  Sal de la Vida, inscrita en la historia de aquella película sobre la vida de un joven griego criado en Estambul, que tenía un abuelo filósofo culinario que le enseña que tanto la comida como la vida necesitan esa pizca de sal para aportar ese toque de sabor que ambas, comida y vida, requieren. El personaje, llamado Fanis, con el tiempo se convierte en un excelente cocinero que emplea sus habilidades culinarias para darle sabor a las vidas de todos quienes le rodean.
Guerrero Negro, ese lugar ignoto del que habla Ricardo Raphael en su libro El Otro México, nos reta a realizar la evaluación de todas las hazañas de mexicanos y mexicanas, hundidos hoy en la desconfianza y el horror hacia el futuro. Hagamos este alto, para imaginar que no todo es tremendo y que a pesar de la impunidad y la injusticia de todos los días, podemos ponerle a la vida una pizca de sal.