domingo, 30 de agosto de 2015

Mujeres y Política Holocausto migratorio


Soledad JARQUÍN EDGAR
La peor tragedia de la humanidad es haber perdido la humanidad. No me refiero al sentimiento compasivo frente al dolor de las otras o los otros. Lo que hemos perdido es esa capacidad de ayuda, de solidaridad, de sororidad cuando es entre mujeres, de acompañamiento y de todo aquello que haga más ligera la carga de las demás personas, menos peligrosa, menos riesgosa, menos trágica. Por sobre la humanidad está la propiedad.
Oaxaca, Chiapas y Guerrero son las entidades visiblemente más pobres, marginadas, olvidadas, los resultados están a la vista y en ese fenómeno de empobrecimiento las mujeres son las afectadas, porque históricamente han sido las que menos oportunidades han tenido.
México vive tragedias derivadas de la corrupción que toda la población decimos aborrecer pero que en algunas ocasiones seguimos practicando en medidas pequeñas o tan grandes, según sea la “oportunidad”. Recuerdo ahora un dicho horripilante que he escuchado decir a algunas personas: de que lloren en mi casa a que lloren en la tuya, prefiero lo segundo. Terrible.
El asesinato de mujeres por ser mujeres. Seres de menor valía sobre las que otra mitad tiene el poder, un error en la construcción histórica de la humanidad, que crece y se vierte también sobre los que no tienen poder.
Recién se recordó en México la desaparición de los estudiantes de la escuela normal Isidro Burgos de Ayotzinapa, cuya desaparición y asesinato parece no generar sino molestia entre la clase gobernante surgida de todos los partidos políticos entre quienes lo importante es el poder, no la justicia.
Y poco antes, en ese fatídico 2014 en otro lado del mundo, en Chibok, una comunidad nigeriana, más de 130 jóvenes mujeres de entre 16 y 18 años fueron secuestradas, sacadas de su escuela por la organización extremista Abubakar Shekau, cuyo líder Boko Haram advirtió que la vendería en el mercado. Nada se sabe de ellas.
La violencia está en México como en Nigeria. Da lo mismo si fueron narcotraficantes o personajes siniestros, como se califica a Haram, dispuesto a esclavizar a estas jóvenes cuyo pecado fue aspirar a estudiar, el mismo “error” de los aspirantes a maestros rurales.
Las atrocidades se cometen cada cuanto en el mundo, la población migrantes es una de las peores víctimas. Por años hemos sido testigos de la muerte de migrantes. Y aborrecemos la conducta de personas tan terribles como Donald Trump y de otros miles de estadounidenses que consideran que los otros y las otras son estorbos, delincuentes por no pertenecer a su mismo territorio o por no tener su mismo color de piel.
El año pasado, la Organización Internacional de la Migración reveló una estadística escalofriante, pues en poco más de una década, 40 mil personas habían muerto en las fronteras del mundo. Más de la sexta parte fallecieron en la frontera mexicana con el vecino país, Estados Unidos de Norteamérica. No todos eran mujeres y hombres nacidos en México, también había guatemaltecos, salvadoreños y hondureños y de otras naciones del continente que buscaban salir de la violencia y de la pobreza, los dos factores que obligan a la gran mayoría a buscar otros horizonte, otros modelos de vida.
Nuestro patio trasero, como bien se le llama a la frontera mexicana con Centroamérica es otra cloaca de muerte para miles de migrantes que sufren la depredación de los otros humanos, la explotación, el racismo. La cifras nos revelan la crueldad y es escalofriante saber que el 80 por ciento de las mujeres y niñas que cruzan la frontera mexicana sufren violencia sexual. Otras serán explotadas por su condición de indocumentadas  en tugurios de mala muerte donde la trata de personas con fines de explotación sexual, prostitución, es un hoyo gigante que nadie quiere ver. Otra vez el machismo que no castiga a los proxenetas.
Situación que se repite por años y decenios en la frontera mexicana con el vecino país del norte. El tráfico de personas en el siglo XXI no es admisible, es imperdonable. Y vemos cada día las noticias, las que ciertamente dejan de causar estupor o quizá nos revelan impotentes. Miles de mujeres en el mundo desaparecen, son robadas para ese mismo fin, degradante estado de descomposición que heredamos sí de las más bárbaras civilizaciones, que se remontan a las primeras épocas de la “humanidad” y que no hemos sido capaces de corregir y donde esta visto, ellas son botín, trofeos, como los bárbaros, reitero.
Noticias que nos indignan e impotentes solo vemos pasar, no nos sucede a nosotros o a nosotras, sino a otras personas, a las que no conocemos y por tanto ignoramos, deseando que nunca nos pase.
El crecimiento de la ciencia y la tecnología no ha favorecido a las sociedades para hacerlas más humanas, apenas los derechos humanos, que decimos son universales no cuajan. Las aprendemos de memoria y las repetimos como si fuéramos a una clase en la escuela primaria. Quienes nos gobiernan igual repiten pero no entiende. Se hacen leyes que no operan en las instituciones, donde lo que impera es pasar sobre los otros y las otras.
Una parte de las sociedades vive en condiciones de modernidad y civilización, hemos avanzado en las tecnologías, tenemos hoy más claro lo que sucede en el mundo pero no avanzamos en la importancia de ser mejores personas. Mientras no nos alcancen las desgracias de las otras personas no importa lo que con ellos pasen.
La movilidad humana ha sido condición desde tiempos remotos en una cuestión de sobrevivencia, conquistamos territorios, aprendimos agricultura, nos asentamos, pero luego nació la ambición de poseer nuevos territorios. Entonces las movilizaciones vinieron del norte.
Los europeos conquistaron el mundo, los otros mundo, saquearon sus riquezas, colonizaron y gobernaron a su antojo y arbitrio. Apenas han pasado 200 años desde que muchas naciones del sur nos sacudimos a los del norte.
Hoy la movilidad humana va en sentido contrario, se huye de la violencia y de la pobreza en países centroamericanos, africanos y asiáticos, vamos hacia los menos violentos, se piensa. Pero Europa no está dispuesta a recibir a nadie.
Esta semana tenemos noticias funestas de migrantes buscando un pedazo de tierra para su sobrevivencia. Pero un número, otra vez escalofriante se ha quedado en los mares, en la orilla. Hoy, como hace siglos, el mar Mediterráneo es una fosa común. En 2014, se estima que más de tres mil personas perdieron la vida y hasta agosto de este año la cantidad es superior a dos mil, y la organización Internacional para las Migraciones teme que la cifra pueda alcanzar la horripilante cifra de 30 mil personas muertas.
Por mar o por tierra la historia se repite, solo que ahora podemos observar de manera inmediata los resultado como resultado de los “avances” en las tecnologías de la información y la comunicación que siguen contrastando con los avances en las cosas sociales y humanas.
Con horror en Austria descubrieron un camión con decenas de cuerpos en descomposición, en tanto dos barcos más se hunden frente a las costas de Libia, en abril fue en Italia y antes había ocurrido frente a las costas españolas.
¿Cuál es la respuesta? La respuesta es igual en todos lados, como sucede en la frontera mexicana con Estados Unidos y en la frontera con Centroamérica, en Europa se criminaliza a la población que migra hacia sus territorios. Estos hechos son reales actos genocidas.
Que cambien las políticas económicas demandan muchas voces en el mundo desde hace mucho tiempo pero los las empresas que hoy gobiernan no están dispuestas a ceder, por tanto solo nos queda, como un acto de humanidad, no acostumbrarnos frente a la violencia atroz, no dejar de indignarnos frente a esta infamia que nos revela vergonzosamente como una humanidad civilizada pero ciertamente indiferente, cruzando los dedos para que ese destino, el de los pobres, nunca nos alcance. ¿Será posible?
@jarquinedgar