Suplementos las Caracolas

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    Periodistas de guerra, tomaron conciencia social, resultaron perseguidas, encarceladas, abusadas sexualmente y muchas también estuvieron en contra de la guerra.




Sara LOVERA/SEMlac
En 1821, cuando todavía se podía percibir el olor de la pólvora de la guerra de Independencia en México, mujeres diversas se parapetaron en la plaza del norteño estado de Zacatecas para pedir el voto ciudadano.

Doscientos años después, la ciudadanía de las mujeres sigue limitada y apenas tres por ciento de los más de 2 mil 500 municipios tiene a una mujer al frente. De la misma manera, miles de mexicanas en pleno siglo XXI siguen muriendo por parto, cánceres femeninos, asesinatos de género y son, entre quienes habitan el territorio nacional, las más pobres. Sufren de discriminación e indiferencia.
El dato de 1821 habla de una larga tradición de defensa, por las mujeres, de sus propios derechos. Quienes participaron en esa guerra tomaron las armas, impulsaron a sus hijos para no cejar en el empeño de liberarse del yugo español, fueron valientes conspiradoras y usaron su seducción para debilitar a los enemigos.
Fueron periodistas de guerra; construyeron los idearios de la protección social de niños y niñas, tomaron conciencia social, resultaron perseguidas, encarceladas, abusadas sexualmente y muchas también estuvieron en contra de la guerra.
De las heroínas de la Independencia, que festeja su bicentenario con una inversión millonaria, -casi tres millones de pesos mexicanos, aproximadamente 280 mil dólares- se sabe muy poco. Ellas estuvieron a la sombra y sus rostros, relaciones, intervenciones y participación se pierden en el ocaso de la ignorancia.
Sin embargo, investigaciones recientes con perspectiva de género, especialmente de historiadoras nacionales y extranjeras, revelan que las mujeres participaron activamente en la forja de la nación mexicana, en la Independencia, la construcción de la República y la Revolución de 1910.
Y de su actuación, los estudios feministas buscan desentrañar cómo impactó la vida de todas ellas en estos movimientos guerreros, para evaluar cuál ha sido el camino de las naciones independientes, en la época de la modernidad y la reconstrucción de esas naciones, tras 300 años de conquista europea.
Sólo de la Independencia, una lista de más de 100 mujeres tienen nombre, gracias a la enjundia de un bibliófilo empedernido, originario de Zacatecas, llamado Genaro García, quien entregó las fichas de la Cárcel de Belén (sitio de tortura para los independentistas) y otros reclusorios, con los datos generales de las apresadas por insubordinación.
Nombres sin biografías y sin rostros, de las que historiadoras han dado algunas luces, lugares y acciones. Pero aún existen grandes hoyos oscuros, y la historia no profundiza sobre sus condiciones y si éstas cambiaron por el movimiento independentista, informa la especialista Carmen Saucedo Zarco, porque sólo se ve a las mujeres valientes, cuando su participación en la Guerra de Independencia es incuestionable.
En pleno Bicentenario, ha surgido una docena de libros/novela, de dos heroínas, las más reconocidas: Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador, sólo nombrada como Leona Vicario, quien puede considerarse la primera periodista de guerra, y Josefa Ortiz de Domínguez, estratega de las primeras acciones de guerra.
Lo cierto, dice la historiadora Saucedo, es que las noticias sobre las actoras en la guerra se hallan dispersas en los procesos que se les siguieron a raíz de denuncias o detenciones, codificadas por Genaro García.
También se hallan nociones sobre ellas en diarios, cartas, testimonios, referencias indirectas que hicieron historiadores o personajes de la época, en documentos o libros. Pero esas historias todavía las colocan con estereotipos y sólo afirman que fueron valientes y decididas.
Estas mujeres anónimas tampoco tienen rostro. No hay una imagen que las identifique, ni se sabe si tuvieron alguna relación entre ellas. Claro que, en esa época, la fotografía todavía no era muy común y, de hecho, sólo las familias pudientes se hacían retratos pintados para conservar sus imágenes.
La investigadora dijo que, en una de sus indagaciones, encontró, por ejemplo, que Rafaela López Aguado, madre de los hermanos Rayón, fue una mujer de gran fortaleza, que no sólo impulsó a sus hijos a que se unieran a la insurgencia, iniciada en Dolores Hidalgo, Guanajuato, la noche del 15 de septiembre de 1810, sino que los acompañó y fue muy fiel a los ideales de libertad.
"Me llamo Leona, y quiero vivir libre como fiera", escribió Leona Camila, quien murió a los 53 años, según descubrió en sus escritos la periodista Elvira Hernández, quien ha documentado la historia de las informadoras del siglo XIX. Se trata de la primera periodista del México independiente, que laboró en las páginas del Ilustrador Americano, dirigido por Andrés Quintana Roo, con quien después se casó.
Leona produjo una publicación que se ocupó de los derechos de las mujeres en un contexto social mucho más opresivo para la población mexicana. Existen datos que la describen cargando una pequeña imprenta, mientras recorría los campos de guerra. Pudo hacerlo, afirma la doctora Hernández, por inteligente, por ser heredera y acaudalada.
Para Saucedo, Leona Camila es representante de un grupo de mujeres que dirigían sus propios talleres, administraban haciendas y sostuvieron sus hogares. Hubo numerosas viudas, madres solteras o abandonadas que se hicieron cargo del papel que, supuestamente, debían desempeñar los hombres.
Pero, en esa época las mujeres, además de hacer las tortillas y cocinar, cosían la ropa, elaboraban utensilios, criaban animales, atendían a los viejos y enfermos, y parían cuantos hijos su vientre pudiera aguantar, amén de su trabajo en los mesones -una especie de hoteles-, tiendas o talleres.
La historiadora también ha podido identificar otras heroínas como Juana, madre de José María Morelos y Pavón -autor de la primera constitución mexicana-, quien tuvo gran influencia en la preparación académica de su hijo dentro del seminario. "Es muy probable que Juana lo impulsara y convenciera de asegurar una carrera dentro del seminario", explicó la investigadora.
Morelos dejó la vida del campo para ingresar a las aulas del seminario, donde permaneció 20 años, antes de ser el primer jefe del ejército popular.
Para la historiadora Gabriela Cano, las investigaciones han develado mucho más de las mujeres de la Independencia que la participación puntual de muchas de ellas en la Revolución Mexicana de 1910.
Especialista en la Revolución y las mujeres, Cano coincide con Saucedo en explicar que la imagen de mujeres valientes, letradas o decididas, contrasta con una mayoría, tanto en el siglo XIX como en el XX, que son conservadoras y limitadas.
Quizá sea ésta una de las causas de la condición actual de las mexicanas, pues sólo unas cuantas están en la batalla por transformar su condición; quizá venimos de las heroínas, pero nos enfrentamos a una mayoría que no se ha dispuesto a hacer el cambio, explica.


La Revolución Francesa nacimiento de la conciencia.

·         El largo camino de las mujeres

La mujer fuerte, la compañera solidaria no sólo de un hombre sino de un ideal, se rebeló, ante la sociedad, ante sus principios y no se adormeció en la comodidad de su condición de ser mujer: Larumbe

Bárbara GARCIA CHÁVEZ*
Los "Derechos del hombre", formulados por la revolución francesa, hicieron tomar conciencia sobre la opresión y la necesidad de luchar por la libertad. Este preámbulo no siempre se acompaña del correlato femenino que modifica los estándares de justicia e igualdad y que anteceden lo esquivo de la historia.
Una mujer llamada Olimpia de Gouges (1748-1793) protestó por el desprecio a los derechos de la mujer. Su encarcelamiento y ejecución por parte del despotismo jacobino, demostraron el fracaso de ese intento igualitario y el largo camino que esperaría a las mujeres en el reconocimiento de sus derechos.
Hasta hace poco tiempo que el proceso independentista está siendo investigado rescatando la participación y rol de las mujeres, proporcionándonos evidencias importantes sobre su condición en esa época, fundamentalmente que las mujeres -criollas, mestizas, indígenas y negras esclavas-, compartían algunas funciones y labores comunes, a las que se les denominaba “oficios mujeriles”. El hogar, la iglesia, el hospital y el campo de labranza eran sus principales espacios para desempeñar éstas labores.
La mayoría de mujeres eran excluidas del derecho a la educación, siendo esta, además de exclusividad de una élite, eminentemente religiosa y segregada para hombres y mujeres.
Estos datos nos indican que las mujeres, independientemente de su condición social y étnica, compartían un mismo ámbito y espacio que las colocaba en una misma condición de género, determinada por su exclusión de otros espacios sociales en el ámbito público–político y destinadas a sus roles de madres, esposas, cuidadoras.
La versión romántica de la historia del siglo XIX, nos habla de mujeres sumisas y obedientes, plegadas a las dos grandes virtudes femeninas de la época: callar y obedecer. Ellas fueron expuestas en la historia como seres decorativos que embellecían el hogar y para quienes sólo existía dos opciones decorosas para sus vidas: el matrimonio o el convento; sin embargo, la participación política que muchas de ellas ejercieron en medio de enormes contrariedades, represiones y adversidades, tanto las que pertenecían a las élites sociales como aquellas que tenían su origen en los sectores populares, fueron partícipes activas en la lucha contra los abusos virreinales desde el movimiento comunero, las luchas patrióticas y otras gestas de enorme significado histórico.
A pesar de los tiempos que corrían y de las condiciones imperantes, mujeres con carácter y decisión, nos enseñaron lo que fueron capaces de intervenir en los  procesos independentistas activamente y haciendo aportes importantes a su momento histórico. Vivieron en un mundo convulso y conflictivo, donde los cambios se dieron con brutalidad y centenares de mujeres deliberantes y con criterio propio participaron a su manera, quizás no todas empuñando las armas, en la lucha por la independencia haciendo uso de la palabra, el rumor, la estrategia de guerra y la realización de diversos actos heroicos que marcaron, quiérase o no, el devenir de nuestra historia
Las labores hechas por las mujeres como activistas, como defensoras públicas, convocantes, mensajeras, así como los registros de mujeres presas políticas y mártires, han sido hechos menos valorados, y consideradas como tareas de apoyo y no determinantes en este proceso histórico, confirmando el carácter sexista de la historia escrita que ha destacado el protagonismo masculino como lo determinante para los cambios socio–políticos y desvirtúa el valor “político” al aporte y acciones de las mujeres.
La reproducción de este sistema de valores ha sido el principal motor de las desigualdades sociales entre hombres y mujeres – la historia oficial lo demuestra –en determinados espacios, donde se registra lo masculino e invisibiliza y subvalora el aporte de las mujeres.
En el bicentenario, se intenta rescatar el nombre de algunas mujeres independentistas, desde una perspectiva de recuperación de la memoria femenina de la historia, también clasista, pues muchas siguieron siendo minimizadas en su verdadero protagonismo político, al igual que los mulatos, indígenas y negros. También se les ha asignado características masculinas que no correspondían a su naturaleza y desestimaba sus particularidades y potencial femenino. Las mujeres en efecto participaron y lideraban varias acciones de guerra en las lucha por de emancipación, muchas de ellas fueron perseguidas y condenadas a muerte por sus acciones.
El desempeño femenino en las gestas libertadoras, fue destacado y produjo importantes hechos que no son contenidos en la historiografía oficial, debiendo resignificarse desde un punto de vista de género.
La acción heroica de buena parte de los próceres de la independencia contó con la asistencia y el apoyo de centenares de mujeres que vieron afectadas sus rutinas en el hogar con la partida de los hombres a la guerra. Fueron ellas en consecuencia quienes debieron asumir, como cabezas de hogar, tanto la manutención de sus hijos, el orden en el hogar y el desarrollo de diversas actividades económicas.
Las mujeres, vida íntima y actuación pública no eran materia de atención. Lo importante era dar cuenta de las batallas y de las acciones heroicas en la gesta libertadora. Las mujeres eran dignas de atención, solamente, siendo víctimas de los realistas, mártires de guerra, o cuando por la calidad de sus acciones podían considerarse en términos excepcionales como heroínas.
(Bárbara García Chávez es regidora de Equidad y Género del Ayuntamiento de Oaxaca de Juárez)

El dato:
“Si la mujer está capacitada para subir a la guillotina,
también debería estar capacitada para subir a las tribunas 
públicas”: 
Olimpia de Gouges, decapitada el 3 de noviembre de 1793.


Las mujeres que nos dieron Matria

Josefa Ortiz de Domínguez, Benemérita de la Patria

Bárbara GARCIA CHÁVEZ*

María Josefa Ortiz Girón nació el 8 de septiembre de 1768 en la Ciudad de México  -como pudo ser comprobado por el investigador historiógrafo Gabriel Agraz-. Su padre, Juan José Ortiz, militar de carrera; su madre, Manuela Girón, dama de pura estirpe española, los dos mueren cuando Josefa era una niña, quedó bajo la patria potestad de su media hermana mayor, María Sotero Ortiz.
A diferencia de la gran mayoría de las mujeres de su época, la pequeña Josefa sí aprendió a leer y escribir, además de diversas artes manuales, lo que le permitió a sus veinte años ser aceptada asignándole una beca en el Real Colegio de San Ignacio de Loyola, mejor conocido como el Colegio de las Vizcaínas.
Fue ahí que conoció al  abogado Miguel Domínguez, un viudo con dos hijas, quince años mayor que Josefa, que se desempeñaba como Secretario de la Real Audiencia, con quien contrajo nupcias el 24 de enero de 1793 en la Catedral Metropolitana. Ella tenía 22 años y él 37 cumplidos.
Josefa y Miguel procrearon 12 hijos,  ocho hijas y cuatro hijos: José, Mariano, Miguel, Ignacia, Micaela, Juana, Dolores, Manuela, Magdalena, Camila, Mariana y José. Ella siempre dijo tener 14 hijos, adjudicándose a las dos del primer matrimonio de su marido. 

En 1801, Don Miguel Domínguez fue nombrado Corregidor de Querétaro y la pareja se fue a vivir a esa ciudad, pocos años después en plena ebullición liberal contagiada de Europa a la Nueva España, sobre todo entre los criollos,  surgían círculos académicos, donde se leían y discutían, en la clandestinidad con evidente emoción, las obras de Voltaire, Rousseau y Descartes traídas de contrabando desde Europa.  Libertad, Fraternidad, Igualdad… valores que impresionaron la mente lúcida de Josefa.

Don Miguel, abogado de profesión, en varias ocasiones dirigió su función pública a defender abiertamente en el Tribunal de Minería y frente a la Real Audiencia  a mestizos e indios indebidamente castigados y denuncio la explotación extrema y el abuso de hacendados, ocasionando malestar en criollos y clérigos.
Sus quejas y manifiestos llegaron finalmente a oídos del Virrey Don José de Iturrigaray, quien lo suspendió en el puesto, lo concentró en la capital y lo retuvo durante los angustiosos meses de agosto y septiembre de 1808.
Es durante su estancia en la capital, que Miguel Domínguez se convenció de la tesis de organizar el Virreinato de acuerdo a las doctrinas democráticas, representativas e igualitarias que ya estaban instauradas en el propio reino español a partir del "despotismo ilustrado".
Es en su casa que los corregidores entre platicas y lecturas, que Josefa decide adentrarse en la conspiración  separatista con  entusiasmo y fervor que superaba con mucho la del propio Don Miguel Domínguez.
Las ideas con las que comulgaban también sus amistades  como Leona Vicario, Manuela Medina, María Rivera, Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio Allende, los hermanos Ignacio y Juan Aldama, así como Epigmenio y Emeterio González, y Mariano Abasolo, eran discutidas en casa de los corregidores, donde se registran reuniones de carácter político por lo menos una vez a la semana, siendo la conductora protagónica la misma Josefa, no así su marido que se mantenía a distancia moderada y con evidentes reservas.
A pesar de todos sus cuidados, la conspiración fue descubierta. Al llegar el mes de septiembre de 1810, Precisamente en esta fecha, en Querétaro, la denuncia obligó a librar la orden de detención del Corregidor Domínguez y su esposa, recluyéndolos en los conventos de la Santa Cruz y de Santa Clara respectivamente, en donde estuvieron cuatro o cinco días, mientras duró la agitación de los primeros momentos.
Desde fines de septiembre de 1810 hasta diciembre de 1813 don Miguel y doña Josefa continuaron sirviendo en la corregiduría de Querétaro. Hay indicios de que al saber de la aprehensión de sus queridos amigos y la ejecución sumaria de los iniciadores del movimiento insurgente, Josefa se desprendió del cuidado realista y acudió a convocar el alzamiento de hombres y mujeres contra los asesinos de la libertad.
El Virrey Calleja envió a Querétaro a su fiscal para que enjuiciara y destituyera al Corregidor Domínguez y ordenó se aprehendiera a la Corregidora y la llevara al convento de Santa Teresa de la capital, lo cual fue ejecutado al inicio de 1814. Fue entonces cuando Josefa exclamó: “Tantos soldados para custodiar a una pobre mujer; pero yo con mi sangre les formaré un patrimonio a mis hijos”.
Josefa fue trasladada a México D.F., en el año 1814 y fue recluida en esta ocasión en el convento de Santa Teresa. Tras celebrarse su juicio, fue declarada culpable de traición, se le acusó también de enajenación mental a pesar de los intentos de su marido, que ejerció de abogado defensor. En 1816 fue trasladada al convento de Santa Catalina de Sena.
Al fin, el Virrey Juan Ruiz de Apodaca considera una instancia del ex-Corregidor Domínguez en la que se expresa cómo pobre, enfermo y con catorce hijos, pide la libertad de su mujer, también enferma y el Virrey concede la liberación de Josefa en junio de 1817.
Al consumarse la Independencia, fue simpatizante de las logias yorkinas, se afilió a grupos radicales liberales. Habida cuenta testimonial, de que Josefa platicaba largas horas con el  Presidente Guadalupe Victoria, quien la visitaba asiduamente.
Decidió ser partidaria de la reforma y de la democracia, incorporándose a la lucha republicana.
Se propuso reconocer los servicios prestados a la insurgencia por Doña Josefa y ella declaró terminantemente que no lo aceptaría de ningún modo,
María Josefa Ortiz Girón falleció víctima de una pleuresía en su casa de la Ciudad de México el 2 de marzo de 1829, a la edad de 60 años. La sobrevivió su esposo, Don Miguel Domínguez, quien ocupó importantes cargos en la República y llegó a ser el primer Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
El nombre de Doña Josefa Ortiz de Domínguez quedó incluido entre los próceres de la independencia hasta 1890. El gobierno de Porfirio Díaz dispuso que figurara su nombre en la Cámara de Diputados de la federación con letras doradas, al lado de los caudillos insurgentes.
En 1894, sus restos fueron exhumados y llevados con gran solemnidad a la ciudad de Querétaro, donde hoy reposan en el Panteón de los Queretanos Ilustres, junto con los del Corregidor Don Miguel Domínguez. El Congreso estatal la declaró Benemérita de la Patria.
En 1900 se inauguró una estatua en su memoria en la Plaza de Santo Domingo, en el centro histórico de la Ciudad de México. El 13 de Septiembre de 1910, con motivo del Centenario de la Independencia Nacional, fue inaugurado en Querétaro el Monumento a la Corregidora, erigido en el centro del jardín del mismo nombre. La Casa de la Corregidora es actualmente el Palacio de Gobierno, sede del Poder Ejecutivo. (*Bárbara García Chávez es regidora de Equidad y Género del Ayuntamiento de Oaxaca de Juárez).


Las mujeres que nos dieron Matria

Leona Vicario y su paso por Oaxaca

Soledad JARQUIN EDGAR

“Me llamo Leona y quiero vivir como una fiera”.

En los años de la lucha por la Independencia aparecería en Oaxaca la figura de una mujer fundamental en la vida de México, Doña María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador, la mujer que decía con tristeza sentir no ser hombre para unirse con sus hermanos los insurgentes. Nació en la ciudad de México un 10 de abril de 1789, fue reconocida como la primera periodista mexicana.
Simpatizante “devota” -según sus biógrafos-, de la lucha insurgente, Leona Vicario, sin temores ni vacilaciones y sustrayéndose a la vigilancia de su tío, se había puesto en comunicación con los principales caudillos para alentar su perseverancia y valor, al tiempo de lanzar al campo de lucha a don Andrés Quinta Roo, a don Manuel Fernández de San Salvador y a don Ignacio Aguado. El primero habría de alcanzar a don José María Morelos en Oaxaca.
Leona Vicario destinó parte de su fortuna a la fabricación de lanzas, espadas fusiles y cañones. “En el Cantón de Tlalpujahua se estableció el año de 1812 una fábrica de armas que llegó a dar diez cañones de fusil por día; los maestros que la dirigieron fueron enviados por ella y se encargó de mantener a sus familias. Los primeros gastos que se hicieron al principio, los costeó de su bolsillo, habiendo vendido para ello todas sus alhajas”.
El 25 de febrero de 1813 uno de sus correos fue sorprendido, Leona Vicario fue alertada tres días después, por lo que salió de la ciudad rumbo al estado de México, donde permaneció hasta que fue localizada por su familia, que para entonces había logrado el indulto real, sin embargo, ella lo rechazó. Para evitar que fuera llevada a una cárcel pública su tío don Agustín Pomposo intervino para que fuera internada en el Colegio de Belem, el 13 de marzo de 1813, quedando recluida, forzada a disposición de la Junta de Seguridad. La autoridad decidió confiscar los bienes de doña Leona y ante el juez sostuvo que efectivamente, mantenía una relación epistolar con los insurgentes aclarando que ésta era sólo de amistad.
El 23 de abril, el coronel Francisco Arroyabe, Antonio Vásquez Aldama y Luis Alconedo, entre otros, liberaron a Leona Vicario del Colegio de Belem, tras 42 días de encierro. Días después de mantenerla oculta en un barrio de la ciudad, los insurgentes disfrazados de arrieros y ella como “una negra harapienta” sentada entre huacales de verduras -en los que ella llevaba paquetes de letras y tinta de imprenta- salieron de la ciudad de México con rumbo a Oaxaca.
En medio de privaciones y peligros, doña Leona Vicario llegó finalmente a Oaxaca, ocupada en ese momento por los insurgentes incluyendo a don Andrés Quinta Roo, su primo Manuel Fernández y otros amigos, estando ahí recibió comunicación de Morelos quien se encontraba en Chilpancingo, pidiéndole le indicara “sus urgencias para remediarlas”; el gobernador insurgente Benito Rocha le otorgó 500 pesos en tanto que en el Supremo Congreso Nacional la nombró Benemérita de la Patria.
En 1813, Leona Vicario y Andrés Quintana Roo se casaron, juntos iniciaron un largo camino por la lucha insurgente siguiendo al Congreso sin desánimo pese a los múltiples peligros que implicaba obtener la libertad y construir una nación independiente a la que no sólo le dio su fortuna, también ayudó a planear estrategias, administró las finanzas y cuidó de los heridos.
“Leona Vicario sin mostrar el menor desaliento por las múltiples penalidades y peligros que tuvo que afrontar, imperturbable ante la adversidad y satisfecha de haber abrazado la causa de la Independencia… muchas veces en los momentos de indecisión y desaliento del Congreso, se presentaba ante éste inspirada y varonil, para infundirle vigor con exhortaciones de exalto y noble patriotismo”.
Mujer de carácter, Leona enfrentó una guerra posterior, cuando tuvo que salir en su propia defensa para aclarar que había actuado no sólo movida por el amor a Andrés Quintana Roo, como señaló el historiador Lucas Alemán, a quien la misma Leona le contesta en El Federalista Mexicano, el 26 de marzo de 1821.
“[quiero] desmentir la impostura de que mi patriotismo tuvo por origen el amor, […] que abandoné mi casa por seguir a un amante [cuando] todo México supo que mi fuga fue de una prisión, y que ésta no la originó el amor, sino el haberme apresado a un correo que mandaba yo a los antiguos patriotas […]
Confiese Ud., Sr. Alamán que no sólo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres: que ellas son capaces de todos los entusiasmos, y que los deseos de la gloria y de la libertad de la patria no les son unos sentimientos extraños; antes bien, suele obrar en ellas con más vigor, como que siempre los sacrificios de las mujeres son más desinteresados […fui] la única mexicana acomodada que tomó una parte activa en la emancipación de la patria”.
“Por lo que a mi me toca, se decir que mis acciones y opiniones han sido siempre muy libres, nadie ha influido absolutamente en ellas, y en este punto he obrado con total independencia…Me persuado de que así serán todas las mujeres, exceptuando a las muy estúpidas, y a las que por efecto de su educación hayan contraído un hábito servil. De ambas clases hay también muchísimos hombres…”.
Esta enérgica respuesta de Vicario muestra a una mujer fuerte, deseosa de la libertad e independencia no sólo para el país sino para ella como mujer, desafiando el “modelo” que para las mujeres establecía la sociedad de aquellos tiempos.
Actitud que también asumió para quienes pretendieron “indultarla”, cuando ella tenía la firme convicción de que su accionar era correcto y por tanto no consideraba necesario el perdón real.
“…sufrían nuestras armas por los españoles, le brindaban con el indulto los Comandantes Concha y Aguirre, quienes jamás pudieron conseguir ni siquiera que les contestase sus cartas. Concha era el que más la excitaba a indultarse, como que tenía con ella más relación de conocimiento por haber sido cajero de la casa; y aún logró que Calleja (la) indultara y (diera) ordenes amplísimas para que se le ministrara dinero. En una vez que le hizo estas proposiciones, le mandó decir que si volvía á seducirla, haría que fusilaran á sus enviados”.
Murió el 24 de agosto de 1842, en su honor se realizaron diversos homenajes y el Diario del Gobierno publicó la inscripción para honrar su memoria “… muy esclarecida por su ilustre prosapia, como por sus virtudes públicas y democráticas, cuyo nombre aún gozando de la vida por sus muy distinguidos servicios superiores a su sexo prestados a la libertad y bienestar de la República, a mucho tiempo se consagró a la inmortalidad en los mapas de los geógrafos, en los decretos de los legisladores y, principalmente, en el catálogo de las heroínas mexicanas… A esta benemérita y dulcísima Madre de la Patria, los desolados y agradecidos ciudadanos mexicanos le erigieron llorosos este monumento”. (Tomado del libro inédito Mujeres de Oaxaca de Soledad Jarquín Edgar)

¿Dónde están las mujeres de la Independencia?
  • Lenguaje y realidad histórica
 
Soledad JARQUIN EDGAR
En México la enseñanza Primaria comprende seis grados escolares, sólo en los tres últimos se enseña Historia. A partir del cuarto grado la niñez mexicana tiene en sus manos su primer libro de esta materia.  Ese primer libro comprende desde el poblamiento de América hasta la guerra de Independencia. En quinto grado, las niñas y los niños continúan con la enseñanza de la historia nacional a partir de la conclusión de la independencia hasta el año 1970, aunque habría que decir está ahí las fotografías de los más recientes presidentes hasta el actual. En el sexto y último grado de la educación Primaria, el alumnado estudia Historia Universal.
Poca historia, nula presencia de las mujeres y, por si fuera poco, salvo algunos destellos de lenguaje incluyente, estos libros siguen utilizando el neutro genérico (el masculino) en sus relatos y descripciones. Cuando las mujeres son mencionadas gráficamente se refieren a ella como la que cuida, la que alimenta y la que educa, según la etapa a la que se refiera.
En el texto gratuito de Historia para el 4º grado de primaria la exclusión de las mujeres inicia en las primeras páginas, en el capítulo Del Poblamiento de América, cuando aparece la imagen de seis muñecos de plastilina, todos varones y en la primera línea del tiempo aún se emplea el término “presencia del hombre”. La excepción hace la regla, en la página 14 hay dos fotografías de niñas, una asiática y otra americana, para comparar sus rasgos y en la página 22 se inserta la idea de la división del trabajo “de acuerdo con la edad y el sexo” de aquellos grupos de población.
En una de sus ilustraciones muestra “como se cree era la vida cotidiana de los nómadas”, en ella las mujeres aparecen junto con sus hijos. Recibiendo la comida que ellos, los varones, arrancan de la bestia que han cazado y que representan –ahora sí- esa visión patriarcal del hombre-proveedor. Para confirmar su teoría sobre el papel que cada ser humano debe desarrollar en la vida, según la construcción social, se exhiben fotografías de nómadas de Indonesia y África, donde ellos cazan y ellas están en la casa, refugios o campamentos acompañadas –claro está- de los y las más pequeñas. Estas escenas se repiten una y otra vez.
Con el subtítulo Una nueva actividad: la agricultura inicia se explica que: “La agricultura se inició alrededor del año 10000 a.C. Se considera que probablemente en un principio las mujeres y los niños aprendieron a identificar las plantas comestibles y comenzaron a cultivarlas. Después observaron que las semillas se dispersaron a otros lugares, gracias al viento y, que donde caían, nacían nuevas plantas; cuando comprendieron este proceso, sembraron y cosecharon para producir sus alimentos”.
La comparación de niños y mujeres es una condición de subvaloración en ese lenguaje androcéntrico-patriarcal-sexista-machista que también se escribe en los libros de texto gratuitos y que distribuye la Secretaría de Educación Pública.
De nueva cuenta vuelven las imágenes de mujeres en trabajos domésticos y cuidado de la descendencia y en una de las tareas se pide al estudiantado que “Con la información de los textos y las imágenes de este tema y el anterior, elabora un cuadro comparativo en el que expongas las diferencias, entre nomadismo y sedentarismo. Para ello toma en cuenta las principales actividades de la vida cotidiana, los instrumentos que empleaban, los tipos de vivienda y sus actividades”.
Es común que al inicio de cada párrafo se empleen los términos: Los habitantes, los grupos, algunos grupos étnicos, grupos de cazadores-recolectores, los primeros habitantes, los pobladores, los humanos…
En el capítulo de Mesoamérica, La primera figura femenina que menciona, sin mayor explicación es la diosa Centeotl.
La imagen que identifica este capítulo corresponde a un huipil, a pesar de que en aquel principio no existía el vestido como lo conocemos ahora. La nota al pie de esa ilustración señala: “Todavía hoy muchas mujeres visten su ropa tradicional, como este huipil  moderno de la zona Chinantla, en el estado de Oaxaca”, pero es sólo un huipil no hay ninguna mujer dentro del huipil.
Cuando se habla de la Cultura Olmeca se pueden encontrar frases como:
“Los olmecas supieron utilizar los abundantes recursos naturales de su entorno y los utilizaron para construir sus viviendas, alimentarse, vestirse, transportase, comerciar, desarrollar técnicas artísticas y muchas actividades”.
“Los olmecas también fueron excelentes escultores…
En el subtítulo de la Cultura maya se repite el lenguaje neutro genérico: “Los mayas vivieron principalmente…Los mayas usaron la piedra caliza…los mayas adoraban…”
En la página 55, ¡eureka! En tres renglones y medio se indica: “Las mujeres mayas, destacan en asuntos políticos ya que en la sucesión de los señores, era tomado en cuenta el linaje de la madre, por eso se hacían alianzas políticas con centros menores mediante compromisos matrimoniales”.
En su referencia a la Cultura Teotihuacana la historia que invisibiliza a las mujeres en el lenguaje se repite: “Los teotihuacanos construyeron basamentos piramidales de gran tamaño…La sociedad teotihuacana…Los teotihuacanos expresaban el mundo que les rodeaba mediante la escultura, la cerámica y la pintura mural…”
No hay ninguna variación en la referencia que se hace de la Cultura Zapoteca: “Los zapotecos básicamente sembraban maíz, tenían sacerdotes encargados del culto al Dios de esa planta…El pueblo zapoteca también se distinguió por haber aprendido a medir los ciclos del Sol, la Luna y Venus…”. “Se destaca” la imagen de un tianguis donde sobresale la actividad comercial de las mujeres.
El mismo tratamiento para el subtítulo Cultura Mixteca; “Los mixtecos alcanzaron su máximo esplendor en el posclásico…La sociedad de los mixtecos se dividía…Considerados los mejores artesanos de Mesoamérica…”
De igual forma en la Cultura Tolteca: “Los Toltecas alcanzaron su apogeo durante el posclásico… Los toltecas se dedicaban a la agricultura y para sus actividades diarias…”
Tampoco es diferente en la Cultura Mexica: “Los mexicas se asentaron en la cuenca de México… provenían de un lugar mítico llamado Aztlán, que los historiadores han situado en los actuales estados de Nayarit o Guanajuato…”
En un recuadro titulado Niños y niñas en Tenochtitlán apunta: “El aseo era una costumbre cotidiana entre la población mexica. Por lo general este hábito se inculcaba desde la niñez, por medio de la educación. Muchas veces, por las noches, los niños y jóvenes dejaban su cama para irse a bañar en el agua fría de la laguna…”
Otra mención a las mujeres se inscribe cuando se refieren a Los mesoamericanos…“… Los tlacuilos eran los escritores, hombres o mujeres, encargados de plasmar y desarrollar la escritura que tenían gran conocimiento de la técnica pictórica…
“Los antiguos mexicanos conocieron las propiedades de las plantas y las clasificaron según el tipo de padecimientos y síntomas que podían aliviar. Este conocimiento se transmitía de padres a hijos. Pero quienes curaban las enfermedades eran los Ticiti, hombres o mujeres, que tenían un amplio conocimiento acerca de las plantas medicinales…”.
La historia que se enseña a la infancia en el 4º de Primaria no varía en el capítulo sobre el encuentro de América y Europa, ni en el uso del lenguaje escrito ni en las imágenes: “Los europeos del siglo XV pensaban que en los océanos habitaban monstruos marinos… “los portugueses y los españoles habían perfeccionado la carabela…”
El segundo nombre en específico que se puede ubicar está en la página 98 cuando señala que: “En 1492, la reina Isabel de Castilla dio a Colón el permiso y los recursos para embarcarse hacia occidente…”.
En página 101 hacen referencia a Hernán Cortés quien “Al averiguar que tierra adentro había civilizaciones de gran poderío, como la mexica, Cortés… “En esta tarea le prestaron gran ayuda dos intérpretes. Una joven indígena llamada Malitzi o Malinche que traducía del maya al náhuatl…”.
En la línea del tiempo aparece imagen de Sor Juana Inés de la Cruz, pero sólo eso dentro de los relatos histórico no cobra ninguna relevancia.
En la página 111 dice: “Mientras que a los niños les enseñaban religión, escritura, aritmética y canto, a las niñas las instruían en otras labores que, en esa época, eran consideradas necesarias para ser buenas esposas y madres cristianas…”
El recuadro con el subtítulo Dato Interesante refiere: “El español Gonzalo Guerrero naufragó en 1511 y llegó a territorio maya. Ahí vivió por años y adoptó las tradiciones; incluso ascendió de esclavo a noble, al casarse con una noble maya con quien tuvo una hija a la que llamó Ix Mo, quien es considerada la primera mestiza”, esta sería entonces la cuarta mención a una mujer en un libro de historia con ya varios siglos de camino.
Sigue el lenguaje excluyente: “Criollos hijos de españoles nacidos en Nueva España… Mestizos hijos de españoles e indígenas…Africanos fueron traídos a América como esclavos… Los hijos de españoles de distintos grupos sociales (exceptuando criollos y españoles) formaban las castas…”.
Hay una mención a La Llorona, como parte de las leyendas de la vida cotidiana de la época Colonial, lo que se registra en la pagina 148. Donde también se puede leer otra leyenda en un pie de fotografía: “La leyenda de la china poblana cuenta que hace mucho tiempo fue robada una pequeña princesa, llamada Mirrah; los captores, piratas, la vendieron el mercado de Manila, donde fue comprada y llevada a tierras novohispanas; ahí pasó su vida, en Puebla de Los Ángeles, ya con el nombre de Catarina de San Juan”.
La independencia no es entonces la excepción, de igual manera y a pesar de que hay un “capítulo” destinado a Las Mujeres en el Movimiento de Independencia, la invisibilización es tarea permanente.
La página 164 se refiere al momento en que la conspiración es descubierta. Se menciona el nombre de Josefa Ortiz, junto con los de Ignacio Allende, Miguel Domínguez, Juan Aldama y Miguel Hidalgo y Costilla. “…ordenaron el arresto de los sospechosos. Pero antes de que fueran encarcelados Miguel Domínguez y Josefa Ortiz, ésta mando un mensaje a Ignacio Allende y Juan Aldama, quienes se dirigieron al pueblo de Dolores (en el actual estado de Guanajuato) para unirse a Miguel Hidalgo; ante la situación los conspiradores decidieron empezar la lucha armada. Así inició el movimiento que culminaría con la proclamación de la independencia”.
Por último, en este libro de 192 páginas, dedica en la 183 un capítulo titulado: Las Mujeres en el Movimiento de Independencia, tres páginas donde se mencionan los nombres de Gertrudis Bocanegra, Manuela Medina, Josefa Ortiz de Domínguez, Leona Vicario y las Patriotas Marianas, éstas últimas férreas defensoras del bando realista y que fuera fundado por Iraeta Mier.
Así, 30 renglones de las 192 páginas se dedican a las mujeres en un periodo que inició con el poblamiento “hace unos 40000 mil años”.
Es en el libro de 4º de educación primaria cuando las niñas y los niños “aprenden” la primera parte de Historia Nacional, en el que como se refleja en este análisis somero de los libros de texto gratuito, las mujeres simple y sencillamente fueron invisibilizadas, borradas para ser exacta.



La imposición patriarcal del silencio

  • La historia oficial minimiza a las mujeres

Soledad JARQUIN EDGAR
La historia oficial ha borrado a las mujeres. El origen está en la construcción desigual de la sociedad, donde el valor fundamental está en ser hombres o mujeres. La historia de la no historia de las mujeres inicia en la “enseñanza” primaria. Ahí las niñas aprenden más que a no mirar su pasado, más que preguntarse si existieron, lo que aprenden es también a ser invisibles, a no dejar huellas como sus ancestras.
La historia tradicional reproduce la ideología dominante. Es decir, se cuenta la historia del que gana, del que tiene poder, la historia de los hombres. Por mucho tiempo, incluso, se habló de la Historia del Hombre y se dijo que en ello iba implícita la historia de las mujeres, aun cuando no eran nombradas.
Ana María Portugal, feminista, periodista y responsable de Isis Internacional, afirma que la imposición patriarcal del silencio que rige para las mujeres desde los tiempos más remotos las hizo invisibles, sin legitimidad de voz y de presencia.
En su artículo “El periodismo femenino, la escritura como desafío”, la periodista peruana radicada en Chile, apunta que las mujeres han sido desterradas del reino del conocimiento, cuerpos por antonomasia, las mujeres condenadas por los cónclaves papales a no “tener alma”, se convirtieron en “sombras ligeras en el teatro de la memoria” (Duby y Perrot, 1991).
Memoria incompleta y arbitraria refrendada por los cánones culturales y literarios, que pasaron por alto, omitieron y/o descalificaron la obra y acción de una selecta promoción de mujeres que, a través de la palabra escrita, intervinieron abiertamente en la escena cultural y política americana en los siglos XIX y XX.
Eso pasó y sigue pasando con las mujeres que participaron en la lucha por lograr la independencia del colonizador estado español. Pasó porque existen muy pocos registros sobre los actos realizados por las mujeres, al grado –incluso- de ser invisibilizadas, como si en 1810 ellas no hubieran existido. Sigue pasando porque “la historia oficial”, la que se imparte en la educación básica consagrada en el Artículo 3º de la Constitución Política mexicana, las sigue omitiendo en los libros de texto que de manera gratuita reciben este año escolar (2010-2011) las niñas y los niños de México. Precisamente, este año del Bicentenario de la Independencia, la misma que otros celebran con bombo y platillo y con inversiones multimillonarias.
Pero no sólo eso, hay más obras hechas por otras instituciones oficiales, creadas ex profeso para esta célebre conmemoración y las mujeres se desdibujan en sus obras.
Michelle Perrot, feminista e historiadora francesa, plantea que es hasta el siglo XIX cuando aparecen las mujeres en el relato histórico, se trata, casi siempre, mujeres excepcionales por su belleza, su virtud, su heroísmo o, por el contrario, por sus intervenciones tenebrosas y maléficas o por su vida licenciosa. La noción de «excepcionalidad» indica, por otra parte, que el estatuto habitual de las mujeres es el silencio y este es el garante del orden.
Las historiadoras feministas son las que de manera reciente establecen que la relación entre los sexos es uno de los motores de la historia. Explican cómo los historiadores tradicionales asimilan a las mujeres al concepto de naturaleza y los hombres al de cultura, reproducen la ideología dominante de su tiempo. Las mujeres representan la maternidad, lo doméstico: el polo blanco; pero también representan un polo negro: la superstición, la crueldad, la sangre, la locura, la histeria, como afirma Michelle Perrot.
Si las mujeres se conforman con el primer papel, todo va bien. Son entonces la encarnación del Pueblo Generoso. Cuando se inclinan hacia el segundo, la historia se descontrola y las catástrofes se suceden. Ejemplos: Catalina de Médicis;  las «tricoteuses» en la Revolución francesa que impulsaban al terror.
Por mucho tiempo las mujeres fueron ignoradas en los relatos de los cronistas. El análisis de Michelle Perrot es que fueron los propios movimientos feministas o movimientos de mujeres los que años más tarde llevaran a escribir la historia de las mujeres.